
Recuerdo las mañanas de sábado en las que madrugabas y
venias a recogerme a casa. Me llevabas a El corte Inglés y pasábamos la mañana
en la zona de libros. Tú me mirabas mientras yo me perdía entre ese universo de
hojas de papel. Te asombrabas de cómo volaba el tiempo mientras yo estaba
sentada en el suelo hojeando libros. Sonreías con cara de orgullo y pensabas
que llegaría lejos. Nunca me lo decías pero tu mirada hablaba dejando a un lado
el valor de las palabras.
Recuerdo que fuiste tú quien me regaló mi primer
diccionario. Una edición de bolsillo para que pudiera estar siempre conmigo. Y
quien se pasó una mañana entera arreglando una vieja máquina de escribir para
que pudiera utilizarla. Sabias que me gustaba crear mundos imaginarios a
través de historias y que Iris era mucho más que un personaje de ficción. No
solo tenía mil historias que contar sino
que además se sentía capaz de todo. Cuantas veces hubiera deseado ser como
ella.
Recuerdo aquel viaje en autobús en el que miraba a través
de la ventana y temía no volver a verte. Una parte de mi sentía que eso iba a
suceder y otra se odiaba a si misma por ese pensamiento. Pero la verdad es que
más los odiaba a ellos por considerar que no era el momento. Por privarme de ese momento que no iba a
llegar nunca.
Recuerdo la claridad de aquella sala y la mesita donde me
ponía a hacer los deberes mientras todos andaban de un lado para otro con caras
de preocupación. De un momento a otro esas mismas caras se convirtieron en
tristeza. Lo sabía mucho antes de que el resto del mundo pudiera apreciarlo.
Recuerdo aquel edificio gris y como salimos por una
puerta que se abría sola. Yo me senté en sus rodillas, me abrazó y me dijo que tú
siempre ibas a estar con nosotros.